sábado, 9 de julio de 2011

La nueva novela de María José Viera-Gallo / Por Patricio Jara


Una mujer mete una ficha en la cabina donde hay una gitana de cera con una bola de vidrio en sus manos. Tiene cinco segundos para preguntar algo. Entonces, la bola resplandece, cambia de colores y, en vez de la respuesta, la máquina dice: "Lo siento, no pude escuchar su pregunta". La mujer, que había preguntado en español, debe hacerlo en inglés.

La escena ocurre en las primeras páginas de Memory motel, la segunda novela de María José Viera-Gallo (1971) y marca la pauta para una historia donde el paso del tiempo y la ruptura de la linealidad son fundamentales. Es un relato que se hace cargo de la cuenta que debe pagar Agata Bravo una vez que su matrimonio con Igor Martínez no va más. Ella es traductora español-inglés; él, artista plástico. Ambos son chilenos, recién han pasado los 30 y habitan un modesto departamento en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, Nueva York. Pero de pronto él (un hombrecillo, un pililo) se ha marchado y ella se queda sola con la obligación de convertirse en adulta. Vive en un sitio donde no quiere vivir y pareciera que los ratones y la mugre han comenzado a establecer una civilización paralela. Aunque Agata sabe que no basta con el aseo ni el ornato para salir a flote.

Hasta allí, parte del combustible con el que despega esta novela. El otro está en el empeño en contar una ciudad a través de la respiración (a veces agitada, a ratos imperceptible) de la protagonista.

Lejos de la literatura de agencia de viajes, Memory motel narra Nueva York desde una perspectiva más interesante que la familiarización impostada con el entorno. A pesar de los guiños variados, los cameos y las referencias a la cultura pop, no es una novela pop (no es blanda, no es colorida); y si bien transcurre en EEUU, tampoco es ni quiere ser una novela norteamericana. Aunque si para alguien definitivamente llega a serlo, será más bien por la textura de sus contornos.

"Es la familiaridad del inmigrante transitorio que lleva ocho años en Nueva York, que no es un recién llegado, pero tampoco alguien completamente arraigado", comenta la autora radicada en Valparaíso. "La ciudad te permite transitar por un período largo sin compromisos. Da igual si hablas inglés o si tienes amigos gringos. Puedes sobrevivir muy bien solo sin nunca americanizarte".

Con todo, Memory motel es una novela sobre la destrucción, sobre el óxido en las vigas maestras de una relación que no funcionó. De modo que a Agata le corresponde hacer el inventario de esa lavadora destartalada en que se transforma todo matrimonio legalmente muerto y sepultado.


El punto de contención de este derrumbe es el excéntrico Trevor, una suerte de náufrago urbano a quien la protagonista le cobra 300 dólares semanales por el derecho a instalar su carpa en el techo de su departamento. Trevor, que hace 20 años no sabe de su padre, acompañará a Agata en su nuevo proceso, donde, además, asoma una pequeña galería de personajes entrañables, como Layla, la casera puertorriqueña que tiene bigotes, y Rebecca, una vecina que de pronto se pregunta por qué los hombres tienen que ser tan femeninos, emocionales y necesitados de protección.

Memory motel es de esas novelas de las que si alguien olvidara los detalles de su argumento, de todos modos sería capaz de mantener su reverberación, ya sea por la arquitectura de su paisaje, su temperatura, color o bien porque los personajes están hechos con los tres elementos fundamentales que exige toda novela vital: acciones, recuerdos e ideas. No extraña, entonces, que sorprenda al lector con latigazos como éste: "Al igual que esa gente que fantasea con asistir a su propio funeral, yo no quería perderme la escena más importante de mi matrimonio: el final".


En sintonía con Verano robado, su novela anterior, del 2006, María José Viera-Gallo trabaja con personajes para quienes los estados de ánimo no sólo se grafican en entornos derruidos, también en su aspecto físico. Así como Livia Spector apagaba los cigarrillos en un sartén, Agata lleva días durmiendo vestida.

"Me gusta romper la idea del perfeccionismo femenino estándar en mucha ficción. Las mujeres reales tienen las uñas rotas, sin pintar, se emborrachan deprimidas, dejan de ducharse", explica la novelista. "Me interesa explorar la experiencia del dolor desde lo físico; cómo puede descomponer el alma, pero también el cuerpo de una persona, dejando erosiones visibles. Creo que literariamente decir 'estaba triste' es mucho más débil que mostrar las cosas que deja de hacer el personaje por esa tristeza".

María José Viera-Gallo ha trazado la ruta de una mujer con dos opciones: caminar sobre sus propias ruinas, curándose del pasado, o dejar que, literalmente, se la coman los ratones.

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