domingo, 3 de julio de 2011

LA ESTRATEGIA DE VIRGINIA (Babelia / Diario El País / España)


No se conformaron con su realidad y quisieron escribir para enriquecerla. No lo tuvieron fácil y quisieron escribir para denunciarlo. Escribieron buena ficción y escribieron bien sobre cómo escribirla. Cuatro años antes de su manifiesto de la mujer escritora, Una habitación propia, Virginia Woolf (1882-1941) sacaba a la luz El lector común (1925), colección de artículos sobre literatura y escritura que coincidió en las librerías con la que publicó Edith Wharton (1862-1937), Escribir ficción, que devino una lúcida teoría de la novela que podría leerse a la luz de su contrapunto masculino Aspectos de la novela(1927), de E. M. Forster, y de On Writing (1978), el tratado narratológico que, ya en su senectud, publicó Eudora Welty (1909-2001), protegida de la autora de relatos Katherine Anne Porter (1890-1980) y compañera de generación de las sureñas Carson McCullers (1917- 1967) y Flannery O'Connor (1925-1964), hermanas de prosa de Faulkner y persuadidas Virginias de ultramar; una contribución ineludible a la poética de la ficción en el periodo de entreguerras de la Vanguardia, el cine (en blanco y) negro, los Bugatti y el charlestón, y sugestivo complemento a la hora de encarar la lectura de La edad de la inocencia (1920), novela con la que Wharton, suerte de Isadora Duncan de la literatura, glamurosa y cosmopolita, ganó el Pulitzer después de haber deslumbrado ya con Estío (1917), reeditado ahora por Impedimenta, la historia de Charity Royal, mujer entre la rebeldía y el fatalismo que no parece personaje de ficción, sino una nueva Virginia (o una Edith Wharton de papel), que trabaja en una biblioteca y se diría que utiliza las letras como armas de liberación. No existe duda de que así las manejó Anaïs Nin en sus Diarios, más de 35.000 páginas de impudor, perturbación y revolucionaria intimidad convertidas en literatura visceral -"soy una artista Quiero superar Los niños terribles de Cocteau. Quiero superar El bosque de la noche de Djuna Barnes"- entre veranos con el apolíneo Lawrence Durrell e infiernos con el dionisiaco Henry Miller.

En la línea de aquel artículo imprescindible de la Woolf acerca de la ficción de vanguardia, 'La narrativa moderna', recogido en El lector común,Wharton habla de técnica, de Proust y de "nuevos novelistas" que ya no se conforman con "contar la realidad con pelos y señales" como los realistas, y abona el terreno para que mujer y narrativa no remitan ya más en el diccionario a la voz 'bohemia' para tratar de profesionalizar un oficio que no era tal sino una huida hacia delante para Zeldas, Rhyses o Djunas, cargando de razones a otras Virginias de ultramar que también quisieron dar fe de su lucha silenciosa por alcanzar cierta naturalidad en su circunstancia de mujer y artista. El impresionante Diario (1927) de Katherine Mansfield (1888-1923), prologado por Virginia Woolf y reseñado en su día en The New Yorkerpor Dorothy Parker (1893-1967), la papisa neoyorquina del Algonquin Hotel y la era del jazz, es uno de estos testimonios pioneros de primera magnitud, como lo fueron ya sus primeros cuentos, reunidos en En una pensión alemana (1911), que Espuela de Plata ha reeditado este año, y también lo son 'El sueño que florece (Notas sobre la escritura)', en torno a la intimidad y el subconsciente en el proceso creativo, y los demás artículos que componen 'El mudo' y otros textos de Carson McCullers, la autora de El corazón es un cazador solitario, compañera de Katherine Anne Porter y de la inmensa Flannery O'Connor en Yaddo, mítica colonia de escritores de Saratoga Springs y, como ellas y Eudora Welty, estudiante de másters y talleres de escritura creativa, nueva prueba irrefutable de la ineludible voluntad de la mujer de tratar de profesionalizar su escritura en un entorno hostil.
Jean Rhys (1890-1978), la autora del clásico El ancho mar de los Sargazos (1966), la protegida de Ford Madox Ford que fue adicta al alcohol y a la desafección, y vedette de vodevil, contribuyó a la lenta y tortuosa consolidación del estatuto de la mujer escritora con su autobiografía póstuma, Una sonrisa, por favor (1979) -"tengo que escribir. Si dejo de escribir mi vida será un rotundo fracaso", confiesa-, pero sobre todo con sus ficciones, entre las que no ocupan un lugar menor sus nouvelles, recogidas ahora por Lumen en Una vida sin ti. A su ejemplo se suman, desplegados a lo largo del siglo XX, el de Karen Blixen tratando de reinventarse en Isak Dinesen a través de la ficción narrativa (Alfaguara acaba de publicar sus Cuentos reunidos); el de Willa Cather (1873-1947), la autora de Mi Antonia (1918), ese soberbio texto pionero de la autoficción y la memoria inventada, de la que Nórdica acaba de editar El caso de Paul, reinstaurando el lenguaje cotidiano en la prosa de ficción y escribiendo asimismo, en On Writing (1949), acerca de la travesía del desierto de la mujer narradora, como ya había hecho Gertrude Stein (1874-1946), autora de la jugosa, tramposa y perversa Autobiografía de Alice B. Toklas (1933), y benefactora de Hemingway y Picasso, en How to Write (1931), y como hará Eudora Welty más tarde en la citada On Writing; el de Natalia Ginzburg, confesando de forma tácita en Las pequeñas virtudes que la tierra prometida de la mujer escritora estaba aún lejos, o el de Nadine Gordimer deshaciendo la madeja de su condición de mujer y de escritora en las conferencias Charles Eliot Norton publicadas enEscribir y ser.
Evas de tinta y en muchos sentidos hijas de Virginia Woolf en su condición de escritoras de prosa de ficción que también reivindican su habitación propia, que luchan por su oficio y reflexionan sobre él, que escriben a la vez que problematizan la escritura escribiendo acerca de ella desde la perspectiva de la mujer, en fin, que sembraron la simiente que luego permitió que la obra de Marguerite Duras, Patricia Highsmith, Muriel Spark (1918-2006), de la que acaba de traducirse Las señoritas de escasos medios (1963) -¡precisamente una fábula acerca de las mujeres que luchan por abrirse camino en la vida!-, o Carmen Martín Gaite floreciera con una aparente normalidad, y que narradoras contemporáneas como Alice Munro, Toni Morrison o Margaret Atwood escriban ficción recordando a la vuelta de cada párrafo lo que esta última denominó la maldición de Eva en un artículo célebre recogido en el volumen homónimo que Lumen publicó en 2006, y que no es más que la enésima vuelta de tuerca a aquella frase de la Woolf en Una habitación propia, "os pido que ganéis dinero y tengáis una habitación propia", y es que todavía, como escribió allí Atwood, "en esta sociedad es más difícil ser mujer escritora que hombre escritor". Todas las narradoras que conviven en esta página, mientras posan para un retrato de Modigliani, Jawlenski, Hopper o Tamara de Lempicka, subrayarían la frase con sus plumas de trazo grueso y su mejor pulso; confiemos en que todas las que las sucedan la tachen por obsoleta.
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