lunes, 9 de septiembre de 2013

Arcos Leví, póstumo

El nuevo libro de René Arcos Leví ofrece lo mejor de este autor, fallecido antes de cumplir los cincuenta años. Mientras trabajaba arduamente en sus guiones, René nunca dejó de escribir ficción. Y, claro, Cuestión de tiempo es una prueba de ello. Lo que sigue es el texto con el que Nona Fernández presentó el libro de René hace algunos días en el GAM.



Dios no juega a los dados

“La vida no depende de ti. Hay un juego perverso detrás de todo lo que te puede pasar, de tu voluntad, de tus deseos. Porque el que juega no es uno. Uno sólo es una pieza en el tablero. El que juega es otro. Y anda a saber quién es ese personaje que te hace avanzar, retroceder, quedarte quieto, o sencillamente sacarte del juego".
Cuestión de Familia
- René Arcos Levi-


Cuando lanzamos una moneda al aire pueden pasar dos cosas: que salga cara o que salga sello. Creemos que el resultado es aleatorio, que depende de eso que algunos llaman suerte y otros azar. Sin embargo, si conocemos la velocidad de la moneda y la posición en la que ha sido lanzada con exactitud, podemos adivinar el resultado. Por algo hay quiénes dicen que en nuestro mundo no existe la casualidad, sólo la ignorancia. Albert Einstein pensaba que el mundo microscópico, el de la física cuántica, era igual, de ahí su famosa frase «Dios no juega a los dados». Según Einstein nada es casual, todo está debidamente diseñado como en el tablero de un gran juego que alguien maneja con maestría y a veces, con crueldad.

René Arcos Leví, al escribir los cuentos de Cuestión de Tiempo explora la misma sentencia. Aquí el demiurgo no juega a los dados, el escritor no opera por el azar. Sabe perfectamente a dónde apuntan sus caminos y, si bien sus personajes lo desconocen, él se nutre de esa ignorancia, de esa ceguera, como material de escritura. En Cuestión de Tiempo, René Arcos Leví despliega un abanico de personajes sacudidos con historias donde el aparente azar, los sueños, los accidentes, los malos entendidos, van tejiendo un entramado que los envuelve en un estado de perplejidad del que sólo la escritura y la reflexión los pueden salvar. Para ellos el movimiento en el tablero es difícil porque el juego lo inventó otro, el autor. Sin saber cómo moverse, sin entender de qué se trata todo, se sienten piezas sueltas, fichas que avanzan y retroceden sin estrategia, porque desconocen las reglas. Saltan incómodos de un casillero a otro, asumiendo esa extraña sensación de no ser lo que supuestamente son, de estar jugando un juego que no es el propio.

En El accidente, el cuento que abre el libro, el protagonista queda sorpresivamente ciego después de ver por última vez al hombre que ama. ¿Por qué justo esa noche? ¿Por qué frente a él? ¿Por qué en una sala de teatro? Un lugar donde todos observan, donde todos pagan para mirar. ¿Es que de verdad se quedó ciego o es sólo el fade out de esa imagen que ama y nunca más vio? Como sea, la incomodidad frente a esta inesperada ceguera lo hace indagar en los misterios de la oscuridad total, en la desconfianza frente a lo que alguna vez vio, en la inquietante similitud entre la muerte y la ceguera. “El problema es que siempre que pensé en la muerte la asocié a otro tipo de cosas. A dilemas mayores. A imposibles de un orden metafísico. Incluso a un inevitable periplo sentimental con final trágico, que no habría estado nada de mal. En fin. A cuestiones más dignas que la de una privación tan devastadora como quedarse ciego de un rato para otro. Una pérdida tan majaderamente penosa. Tan odiosamente comprensible para todo aquel que con apenas abrir los ojos, ve desparramarse el mundo ante sí. La vida y sus colores a su completa disposición. El día y la noche. El cuerpo de los otros. Los ojos de los otros que lo miran cuando habla. Los gestos que no necesitan palabras. Una sonrisa. Una mueca. Cualquier cosa. Todo lo que uno puede decirle a otro confiando en su mirada. En lo que ven sus ojos. Todo eso que yo debo aprender a adivinar. A sospechar. A imaginar. A oler. A escuchar. Como si todo se hubiese vuelto de golpe un juego de escondidas entre los demás y yo. O peor. El juego de la gallinita ciega. Sólo que a mí me vendaron los ojos para siempre. Yo soy la gallinita ciega.”


En Los inconvenientes de pensar en voz alta, otro cuento medular del conjunto, el protagonista se enamora y comienza una relación que desde la primera línea sabemos que fracasará. Su relato es una narración perpleja de los detalles, una búsqueda minuciosa de la razón del abandono. Del amor y el desamor. La historia de una pareja, la historia de un hombre que se mira al espejo y no se reconoce en el reflejo que ven los otros, la historia de un hijo que decide relatarle a su madre su propia homosexualidad, la historia de una traición, de un desengaño. La historia de un hombre que intenta desentrañar las claves del argumento que vive, del juego al que lo arrojaron. “Lo que quiero averiguar es si ese gran error soy yo o si hay un gran error por sobre nuestras cabezas y no queda más que resignarse”.

El error, la desconfiguración, el cortocircuito que buscan los personajes como explicación, como salida, no es más que otra trampa del juego, otra prueba a pasar. Alguien traiciona a su hermano. Error del juego. Alguien es abandonado. Error del juego. Alguien queda ciego. Error del juego. Alguien es capaz de matar por celos. Alguien nace en un cuerpo cambiado. Alguien se desconoce al mirarse al espejo. Alguien engaña a su esposa con su suegro. Alguien dice ser quién no es. Alguien disimula. Alguien trata de “que no se note”. En este juego trazado por René Arcos Leví el error es la razón de cada movimiento y sus personajes están condenados a vivenciarlo por una orden despiadada y cariñosa a la vez. Todos los relatos son una jugada difícil de resolver, porque en Cuestión de Tiempo nada es simple, todo es complejo, las relaciones, el amor, la vida en familia, la pasión, el cuerpo de uno, el cuerpo del otro, las sombras, las ausencias, los reflejos. Los espejos no arrojan certezas, se puede ser uno o se puede ser otro, no es difícil sobrevivir con una máscara. Sólo la delicada pluma de René puede trazar límites tan difusos y sutiles, tan humanos y reales, con la única intención de tratar de entender el misterioso devenir de las cosas, el rumbo incomprensible de un juego que siempre ha dirigido otro y del que es tan difícil escapar.

“Los que verdaderamente se van lo hacen en silencio, no hablan de ello. Simplemente un día ya no están más.”

-Nona Fernández S.-